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Cada semana, dos niños del aula de tres años del colegio 69, en el distrito puneño de Antauta, se quedan dormidos mientras dibujan. Cuando eso pasa, la maestra Erika Cabana, de 26 años, baja la voz, les retira despacio los papeles y deja que las pequeñas cabezas descansen sobre la carpeta. «Cuando despiertan, ya están con otras ganas», describe ella la escena como si fuera una costumbre.

Los alumnos no solo tienen sueño. También cansancio, falta de concentración, bajo rendimiento académico y un índice reducido de hemoglobina. Ellos tienen anemia .

Algunas madres dicen que eso ocurre cuando «el cuerpo tiene poca sangre», la medicina aclara que está vinculado a la insuficiente cantidad de glóbulos rojos y de hierro en el organismo. Ese déficit no discrimina: afecta a los alumnos del aula de tres años, a los niños de las casas del costado y hasta a la hija de la profesora Erika Cabana.

En ese salón, con las sillas vacías por la hora de salida, está Milagros Yucra, 26 años, con su hija de tres años al lado. La pequeña también tiene anemia leve: come poco y duerme mucho. Por ahora toma vitaminas y hierro, según le recetaron, pero aún no hay mejoría.

–Cuando vivíamos en Juliaca todo estaba bien –reclama Milagros–. Mi hija no tenía anemia, hasta que vine aquí.


Años de avance

A Antauta se llega después de cerca de cuatro horas de viaje desde Juliaca, por ríos contaminados de minería ilegal, los cerros de ichu y la carretera Interoceánica. En esta localidad, en el 2016, el 97% de los niños menores de tres años tenían anemia; es decir, solo dos de los 80 tamizados estaban sanos.

Este distrito, a más de 4.200 msnm se convertía, entonces, en una de las zonas con más anemia dentro de Puno, la región con el peor índice a nivel nacional ,según la Endes 2017.

A cuatro cuadras del colegio, en la plaza central, donde se levanta una estatua dorada de José de San Martín y una pileta sin agua, madres con bebés de cachetes cuarteados se acumulan en una feria. Enfermeros pinchan los pequeños dedos de los herederos de un pueblo con anemia para medir su hemoglobina. Los resultados buscan corroborar lo que la Mesa de Concertación para la Lucha Contra la Pobreza, Unicef y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) han destacado como una experiencia exitosa a nivel nacional: Antauta bajó su anemia en el 2017 en 20% y en el 2018, en 34%, por lo que su índice se redujo en más de 50% en los últimos dos años.

Si en el 2016 llegó a 97%, ahora está en 44%, según los tamizajes realizados por la posta médica del distrito. Estiman, entonces, que quedan 101 niños con anemia entre las cuencas de Antauta, Larimayo y San Juan, donde no todos tienen agua potable ni desagüe.

Antauta, una población que vende más leche que la que consume, apuesta por cambiar su herencia de cifras en rojo.

Las madres del vaso de leche, de los comedores populares y los agentes comunitarios de salud buscan fortalecer las capacidades de su primera infancia: cómo jugar, qué comer, cómo protegerlos de la violencia y, sobre todo, qué hacer para reducir la anemia.

«Desarrollamos la arquitectura cerebral de los niños», dice Alex Rivera, de la ONG Sumbi, uno de los participantes del proyecto Sami, del que también forman parte la municipalidad, la posta médica y la empresa minera Minsur, que trabaja cerca del nevado Quenamari, un monte que observa a Antauta.

En la misma feria, mientras las mamás tamizan la hemoglobina, y el frío golpea los huesos, el especialista recuerda que en el 2016 el distrito no tenía espacios de juego, de familia, ni de seguridad alimentaria. «No había espacio para nada».


Vecinos en acción

Lo único que había eran altos índices de desnutrición, malas prácticas alimentarias y hasta de violencia. Entonces, los vecinos fueron capacitados y ahora se distribuyen por barrios y monitorean, sin recibir un salario, si las madres les dan alimentos ricos en hierro a sus hijos (hígado o sangrecita), si se lavan las manos con frecuencia, o si suministran a sus pequeños suplementos vitamínicos como Ferranin (hierro polimaltosado), distribuido sin costo y que permite tratar el déficit de este mineral en los niños, embarazadas y lactantes. «Si no hay hierro, las neuronas están, pero sin conexión. Si no hay hierro, el oxígeno no llega al cerebro. Una población que vive con anemia está condenada a la pobreza», asevera Rivera.


Batallar en pobreza

Yolli Mamani prepara coronas de flores para los muertos de Antauta. La mujer sentada en una banca, con la cumbia de una vieja radio, alista los productos que venderá en la puerta del cementerio la próxima semana. Dice que solo lo hace una vez al año, solo en el Día de todos los Santos. Los otros días se dedica a la venta de ropa por catálogo, al cuidado de sus hijos, y al programa del vaso de leche del barrio 8 de Febrero.

En esa zona no hay agua, luz, ni desagüe. «Las mamás dicen que es como un desierto», comenta. En el cuarto donde Yolli (35) alista sus coronas, su hijo Rolly, de ocho años, juega entre los adornos para difuntos.

Rolly tiene pequeñas manchas en el rostro, una talla menor que la de sus amigos del salón y pesa como su hermana de cuatro años. Su mamá lo mira y dice que tiene «talla baja», él responde: «Igual que antes». El niño que cursa el tercero de primaria no come carne, solo papas, arroz y fideos. Yolli no sabe si tiene anemia, aunque la última vez que midieron su hemoglobina le dijeron que todo estaba bien. La última vez fue hace un año.

Desde el segundo piso de un municipio cubierto de lunas polarizadas, el alcalde de Antauta, Marco Soto, admite que la anemia ha sido uno de los principales problemas en esta población, cuyo 60% supera la extrema pobreza o pobreza. Su trabajo en esta mesa multisectorial era apoyar en el abastecimiento de bienes para los talleres y los locales. El de la ONG Sumbi, según Soto, ha sido facilitar la contratación de expertos en sensibilización.

Minsur también apoya en las labores presupuestales y dice que lo hará hasta que el proyecto camine solo.


Cambios en crianza

–Todos teníamos anemia, hasta yo, durante mi embarazo.

Jacqueline Palomino, 28 años, forma parte del proyecto y tiene a su cargo la orientación sobre la crianza en la primera infancia. Su hijo de un año también tuvo anemia. Ella está cuidando hoy a un grupo de niños, mientras sus madres reciben un taller sobre alimentación y actividades lúdicas en el segundo piso del mercado de Antauta, cuyo local dejó de funcionar hace años y, aunque ahora solo lo haga de manera itinerante, no vende sangrecita, hígado, ni los otros alimentos contra la anemia. «Sí hay carne de alpaca, pollo, verduras en las tiendas. Lo otro solo se vende a pedido», comentan.

Ese es uno de los principales reclamos del responsable del centro de salud de Antauta, el enfermero Fortunato Valeriano Huahuasonco, quien durante la feria apareció con un bebé en brazos, diciendo: «Mira, él tiene anemia».

Él descubre la anemia cuando los niños están hipoactivos, irritados, no quieren comer, tienen los cabellos «ralos», la lengua pálida, talla inadecuada, solo comen golosinas y hasta tierra. Estas características las comparten algunos de los alumnos del aula del colegio 69 y Rolly, hijo de la presidenta del vaso de leche del barrio 8 de Febrero. Sin embargo, a diferencia de otros años, las familias ya aceptan el tratamiento.


Más suplementos

En esta posta, que funciona solo con ocho profesionales, reconocen que Antauta avanza en la lucha contra la anemia. De allí sus 15 agentes comunitarios y madres de familia, que trabajan de manera voluntaria, recorren los barrios todos los días para cumplir su objetivo. Algunos padres dicen que los suplementos son droga para sus hijos, aunque cada vez son más los que los aceptan. Yolli dice que llevará a Rolly a la posta después del Día de todos los Santos. El trabajo continúa.

 

Fuente: La República

Por Punonet