Vicentina Phocco Palero y su esposo Pablo Mamani Apaza, productores del mejor café orgánico del mundo, viven de la forma más natural, en la comunidad Cruz Pata, jurisdicción del centro poblado de Quiquira, provincia de Sandia, a diez horas y al norte de la ciudad de Puno.
Para la preparación de sus alimentos acumulan agua de lluvia en baldes gracias a un sistema de canales hecho de enormes hojas de diversas plantas que bajan desde la copa de los arboles. No tienen comunicación celular ni televisión. Viven con total naturalidad entre monos, culebras, gallina, loros, y diversos animales.
Cuatro veces al mes bajan hasta Sandia, capital de la provincia. Durante ese tiempo recién toman conocimiento de lo que pasa en el Perú y en el mundo. Pese a las duras condiciones que significa vivir en medio del monte, esta pareja que logró el Premio Mundial al Mejor Café de Calidad, en la categoría pequeños productores, en la feria Global Specialty Coffee EXPO Seattle 2018, no piensa abandonar la selva.
No lo harán porque desde el poblado donde radican y producen el mejor café orgánico del planeta, han tomado la determinación de abrir una cafetería en Juliaca y Puno, con el nombre: “Vicentina, café de las nubes”. Paralelamente planean acondicionar ambientes en alrededores de sus chacras para que visitantes nacionales y extranjeros conozcan cómo producen su café, sin ningún tipo de químicos. Por el momento, buscan asesoramiento.
“Es triste vivir lejos, sin saber qué pasa en el exterior. Pero pese a todo hemos decididos impulsar con mi esposo esta idea porque lo mejor que sabemos hacer juntos es producir café. En unos días más ya vamos a constituir la empresa y luego nuestro registro sanitario”, aseguró Vicentina. Pese a las duras condiciones, nunca pierde la alegría.
La pareja no desistirá
Vicentina admite que no será fácil concretar su nuevo proyecto, pero está segura de que no desistirá. Por el momento están en una etapa de capitalización, antes formaba parte de la Cooperativa Cafetalera Túpac Amaru, de Puno.
Ahora, son convocados constantemente a diversas ferias para exponer y vender su café. “La idea nació porque muchas personas están interesadas en consumir nuestro café sin la necesidad de esperar una feria. Y no solo eso, sino que muchas personas extranjeras quieren conocer nuestra chacra”, asegura.
Pablo Mamani, que casi nunca se separa de su esposa, sostiene que los mejores negocios son los que se emprenden en familia. Adelantó que sus dos nuevos proyectos serían dirigidos por sus dos hijos, motivos de sus innumerables esfuerzos por diversas actividades económicas.
La pareja tuvo cuatro hijos. Solo dos están a su lado. Nori (15) murió en 2009 cuando el bus en que viajaba cayó a un barranco de mil metros en la ruta Sandia-San Juan del Oro. La pareja recuperó el cuerpo de su hija del río.
Tres años después otro hijo, Ángel (18), apareció muerto en un barranco cerca a Cruz Pata. El caso nunca se esclareció. El tiempo hizo que se resignaran a buscar justicia.
“Nosotros en la vida estamos de paso. Pero mis hijos tienen que seguir. Debemos seguir adelante. Tanto esfuerzo, ellos tienen que seguir empujando hacia adelante. Mientras tanto desde acá seguiremos produciendo nuestro café para el mundo”, dice Pablo.
La pareja es una de las tantas beneficiarias de Devida. Esta entidad los capacita en cómo mejorar y estandarizar su producción con calidad sin usar químicos.
Tanto Pablo Mamani como su esposa admiten que un tiempo se dedicaron a la minería informal. Después de un tiempo abandonaron esta actividad porque no tenían paz ni seguridad por lo riesgoso que significaba trabajar a orillas del río Inambari.
Gracias a las constantes capacitaciones de Devida, después de años, lograron que su café adquiera buen cuerpo, acidez y aroma. “Nada es fácil. Pero ahí estamos. Gracias a Devida que nos capacitó y nos ha permitido avanzar poco a poco y ahora pensamos abrir nuestro negocio más grande”, dice emocionada Vicentina.
La pareja desconoce de las artes y las reglas del mercado. Sin embargo, Pablo Mamani dice que el Perú sería grande si los peruanos consumiéramos más lo que el propio peruano produce.
Fuente: La República